Durante la adolescencia lo que aprendí a disfrutar es el PLACER de vivir de noche, la noche tiene el poder de cambiar nuestro comportamiento, de ayudarnos a encontrar con nuestros instintos, con nuestra humanidad, para bien o para mal. La noche nos da impunidad, la noche nos da libertad, de chico lo que me gustaba de la noche era el silencio, silencio del que yo era dueño, si quería lo rompía, pero difícilmente lo hacía.
A la noche podía jugar a estar solo, con todo lo que eso implicaba, creía que la mayoría de los robos suceden de noche, me imaginé miles de situaciones en las cuales era víctima de un robo, en la mayoría de ellas yo resultaba ser el héroe que salvaba a todos, porque a la noche la imaginación se lleva todos los aplausos. No era tan iluso como para creer en monstruos, jamás lo fui, pero sí creía que tal vez en una de mis aventuras desde mi pieza hasta la cocina, generalmente para ir a buscar algo para beber, podría llegar a aparecerme algún puma o león, o algo por el estilo, pero siempre creyendo que sólo aparecerían al apagar la luz. Por ello luego de agarrar lo que necesitaba apagaba la luz y salía corriendo hacia mi pieza, con la sensación de que había algo atrás, pero con la temple necesaria como para no mirar.
Pasaron años desde aquellos tiempos y muchas cosas cambiaron, pero hoy puedo decir que la noche es una compañera incondicional en mi vida, ya sea para estudiar, para pensar o para salir sigo eligiendo la noche y aún hoy, al apagar la luz voy corriendo a mi pieza, sin mirar atrás.
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